martes, 26 de junio de 2012

"La balada de Halo Jones", de Alan Moore & Ian Gibson


Las chicas al poder
 
A principios de la década de 1980 el guionista de comics inglés Alan Moore (V de Vendetta, Watchmen, From Hell, La liga de caballeros extraordinarios) trabajaba como freelance para la revista de historietas 2000 AD, en la que fueron publicados originalmente personajes como el Juez Dredd, Robo-hunter y Rogue Trooper. El trabajo de Moore en esta revista motivó que fuera contratado por la DC Comics para relanzar (junto al dibujante Stephen R. Bissette) el personaje Swamp Thing (La Cosa del Pantano), lo que redundó en la saga American Gothic y otros relatos gráficos (como “La consagración de la primavera” y “La lección de anatomía”) que están entre las mejores historietas publicadas por DC y, además, pertenecen a lo mejor de la producción del que tantas veces ha sido descrito como el más grande guionista de comics de todos los tiempos.
Entre las historietas escritas por Moore para 2000 AD quizá la más importante fue la saga La balada de Halo Jones, que en no mucho tiempo adquirió el estatus de obra de culto. Publicada entre 1984 y 1986 e ilustrada por Ian Gibson, fue reeditada en varias ocasiones como un volumen único, cuya versión en español propuso el año pasado la editorial española Kraken.
La trama está ambientada en el siglo L, mayoritariamente en el año 4949, y comienza siguiendo las desventuras de una chica de 18 años llamada Halo Jones, residente del “Aro” (“Hoop” en el original), una vasta construcción destinada a alojar a la población desempleada, mantenida así fuera de la vista del resto de los ciudadanos.  La economía del Aro es compleja, y en muchas ocasiones sus habitantes deben organizar verdaderas partidas de cacería para obtener alimentos. En una de esas incursiones Halo descubre que la dueña del apartamento (por llamarlo de alguna manera) en que vive ha sido asesinada. Sin lugar donde vivir, Halo y su amiga Rodice Andelia Olsun se dedican a vagar por el Aro en busca de un cambio en su suerte. Así es introducido el tema principal de la novela gráfica (hay que aclarar que la historia, con sus tres grandes capítulos o “libros”, queda de alguna manera inconclusa), la búsqueda permanente de “algo” que anima a la protagonista a querer moverse siempre más allá. Pronto Halo consigue trabajo en un crucero interestelar y logra dejar atrás el Aro y embarcarse en un viaje que la acercará a los delfines inteligentes (dueños del planeta Tierra), a los reyes rata (asociaciones de ratas individuales para generar una inteligencia colectiva) y, eventualmente, enrolarse en el ejército y combatir en el planeta Pwuc, cuya gravedad muchas veces superior a la de la Tierra genera efectos relativistas de enlentecimiento del tiempo.
Uno de los puntos altos de La balada de Halo Jones es la increíble profusión de detalles. El primer libro, de hecho, instala al lector en un mundo exótico sin dar pistas ni explicaciones. Algunos personajes, incluso, hablan una jerga que se resiente un poco en la traducción pero que no queda del todo en desventaja si se la compara, por ejemplo, con el nadsat de La naranja mecánica. El mundo construido por Moore, en todo caso, va cobrando sentido poco a poco para el lector, que siempre puede encontrar elementos fascinantes que mantienen el interés, entre ellos los árboles del planeta Vescue, que remedan en su corteza las formas de rostros humanos (a la vez que “canalizando el viento a través de sus ramas superiores huecas, y con sus rudimentarias cuerdas vocales vegetales, chillaban como niños”) como truco psicológico para evitar ser talados, la variada fauna extraterrestre representada página tras página y la historia del polizón que comenzó su vida como hombre (o mujer) y que tras varios cambios de sexo llegó, por desgaste digamos, a una forma andrógina tan libre de atributos que nadie es capaz de recordar o incluso percibir.
La balada de Halo Jones ha sido llamado el “primer comic feminista de todos los tiempos”. Moore ha señalado que, al escribir la historia con un mínimo de personajes masculinos y centrándola en Halo y sus amigas, intentaba apartarse de las tres G’s que describían a la mayor parte de las historias publicadas en 2000 AD: Guns, Guys and Gore (armas, muchachos y gore). La novela evidentemente funciona como una versión “femenina” del tipo de ciencia ficción que en la década de 1970 y 1980 era asociada a revistas como Heavy Metal, y además es bastante notoria la influencia de clásicos del space-opera (subgénero de la ciencia ficción caracterizado por vastos escenarios galácticos en el futuro lejano y la recurrencia de temas bélicos) como las humorísticas Bill, el héroe galáctico (1965), de Harry Harrison, y La guía del autoestopista galáctico (1979), de Douglas Adams, pero también a novelas más serias como La guerra interminable (1975), de Joe Haldeman; Moore, además, incorpora referencias a C.S.Lewis (se habla del mundo de “Perelandra”, que aparece en el segundo tomo de la llamada Trilogía de Ransom), a la obra del británico Michael Moorcock (en particular al libro Breakfast in ruins), a Thoreau y a Wittgenstein.
Pasados casi treinta años, La balada de Halo Jones sigue deslumbrando. Su narrativa vertiginosa, el fascinante y detallado futuro imaginado por Moore y dibujado por Gibson, su sentido del humor, su atención a los detalles visuales y narrativos y la personalidad de sus personajes la confirman como un clásico ineludible de la historieta de ciencia ficción. Y no pasa un año en que no suenen por ahí rumores de una nueva entrega de la saga; por ahora sólo se han visto nuevas imágenes a cargo de Ian Gibson, que representan a una Halo de edad avanzada. Quizá sólo sea cuestión de esperar un poco más; en cualquier caso, mientras tanto, esta cuidada edición en español (aunque la traducción deje un poco que desear) es la mejor manera de redescubrir un clásico… o leerlo por primera vez, por supuesto. 

Publicada en La Diaria el 26 de junio de 2012

viernes, 22 de junio de 2012

"Los calzoncillos de Herodoto", de Magnus & Napalm

Los calzoncillos de Herodoto es el nuevo proyecto de Magnus (Martín Perez) como guionista, acompañado en este caso por el arte de Napalm (Martín Pouso), que había colaborado con Santiago González en la historieta breve "Adiós", publicada en GAS3K.3 (ver aquí mi reseña). Al considerar el trabajo de Magnus llama la atención su productividad (en un nivel irregular pero de calidad indudablemente creciente) y la variedad de géneros o subgéneros que intenta abordar (algunos con mayor éxito que otros; quizá su fuerte sea la ciencia ficción). Algunos ejemplos: el anecdotario en plan autobiográfico de Mi vida sin un jetpack, serie de tiras de tres viñetas cada una dedicadas a ilustrar un momento puntual en la vida del autor y un proyecto que, entrega a entrega, no siempre resulta satisfactorio pero que, cabe argumentar, gana espesor por la acumulación (hasta la fecha van 25 tiras) y por los elementos parahistorietísticos aportados a cada publicación, canciones, referencias o segmentos de prosa que aportan a la anécdota presentada (lo que también puede pensarse como un punto débil: en algunos casos, sin la prosa aclaratoria el impacto en el lector de la tira se derrumba); la ciencia ficción con arco narrativo de largo alcance propuesta desde el ciclo Imperiex Terra y en otros relatos breves; y la narrativa de fantasía o de hechos sobrenaturales del ciclo Grimorio del plata, que, ilustrada por el dibujante argentino Nahus (Nahuel Silva Barrios), es probablemente el mejor esfuerzo del guionista hasta la fecha. La nueva serie Los calzoncillos de Herodoto se instala en un registro humorístico del comic histórico, género que podría presentarse como el hijo predilecto del cómic nacional desde los trabajos de Rodolfo Santullo (Acto de guerra), Martín Bentancor (Cardal) y Federico Murro (Historiatas), entre otros creadores. El abordaje de Magnus en Los calzoncillos... prescinde de la historia nacional como inspiración única y, al menos desde su primera entrega, aborda la historia de España. El tratamiento narrativo es similar al de Mi vida sin un jetpack (salvo por la extensión, por supuesto) en tanto en esta primera entrega lo narrado se incorpora a los límites de una anécdota concreta, el affaire del rey Felipe IV con la Duquesa de Albuquerque. La fuente para esta narrativa es una de las rutinas del escritor y comunicador radial Alejandro Dolina, de la que surge no sólo el "contenido" narrativo de la tira sino, en cierto modo, también su actitud, su manera de pararse ante los hechos históricos. De hecho, esa actitud, como es expuesta por Magnus en el prólogo a la primera entrega de la serie, implica adaptar "anécdotas históricas (y probablemente también alguna mitológica) a historietas" de "humor histórico", tomando como referencia el trabajo de Dolina y también el de Kate Beaton, que claramente aportó a Magnus una manera de crear humor gráfico histórico con desenfado y cierto espíritu iconoclasta (ver, por ejemplo, su relato sobre Marcel Duchamp). También advierte el autor en el prólogo que la fidelidad a la "historia" -a la historia "oficial", de hecho- no necesariamente será mantenida, y señala que otras versiones de la anécdota presentada en la primera entrega de la serie "tenían un desarrollo (y un final) muy distinto". En cualquie caso, la noción de "historia semidesnuda" -invocada desde la portada- parecería referir a la pretensión de trabajar sobre hechos presentados como los entretelones de la historia  o, quizá, como ciertos momentos "descuidados" por la narración histórica oficial. En ese sentido, la búsqueda de la anécdota como eje del relato, el rescate del lugar de la anécdota en la narración de hechos históricos y la incorporación del humor acercan a Los calzoncillos de Herodoto a Historiatas, la ya mencionada obra de Federico Murro.
La instalación del cómic histórico en el mundo de la historieta nacional crece y se diversifica, incorporando humor, parodia e intervención sobre el discurso histórico oficial. Esta nueva serie de Magnus es un buen ejempo de ello, pero también cabe señalar el divertido enfoque pseudo-ucrónico de Rodolfo Santullo & Guillermo Hansz en El club de los ilustres, que incorpora personajes históricos uruguayos en un contexto de ficción de aventura e intriga con referencias al clásico La liga de caballeros extraordinarios, de Alan Moore y Kevin O'Neill.
El éxito de las ficciones de Magnus suele estar inextricablemente ligado al desempeño de sus dibujantes; así, Nahus y, un poco en menor medida, Crizam (Christian Zamora), colaboraron a que Grimorio del plata e Imperiex Terra fuesen los mejores relatos de GAS3K.3. En el caso de Los calzoncillos..., el trabajo de Napalm se convierte en uno de los puntos de mayor interés de la historieta. Su arte, además, es el complemento perfecto para los propósitos humorísticos del guionista, y colabora en lograr que Los calzoncillos de Herodoto -al menos en esta primera entrega- se presente como un relato divertido y bien narrado, con momentos especialmente logrados en cuanto a dinámica e composición de las viñetas.

sábado, 16 de junio de 2012

"Deje de afligirse", de Nicolás Peruzzo y Pablo Gradín

¡Deje de afligirse! (relatos de Ciudad Fructuoxia), escrito por Nicolás Peruzzo e ilustrado por Pablo Gradin, al igual que la saga de Freedom Knights (Roy&Bea), puede leerse como una ucronía light. Ucronía, evidentemente, porque ambas producciones (de hecho no sólo ¡Deje de afligirse! sino todos los libros publicados de la serie sobre Ciudad Fructuoxia) introducen una versión alternativa de la historia de Uruguay: los trabajos de Peruzzo se instalan (según leemos en sucesivos textos parahistorietísticos incorporados a los libros de la serie) en una línea de tiempo en la que los países integrandes del Mercosur atraviesan una bonanza económica (se habla con excelente ironía de sus "magníficos líderes políticos") a comienzos de la década del 90 hasta el punto que una ciudad ("Fructuoxia") es fundada en las proximidades de la triple frontera entre Brasil, Uruguay y Argentina. En el caso de Freedom Knights, el punto de inflexión que separa la historia representada en la ficción de la "real" se remonta a 1960, cuando Brasil cede a Uruguay los territorios de las Misiones Orientales, a lo que sucede la fundación de la "Ciudad Luz" entre los antiguos departamentos de Tacuarembó y Durazno, fusionados en una nueva unidad administrativa en esta línea temporal.
Ahora bien, el apelativo de light (sin connotaciones negativas, aclaro) aludiría a que las narrativas propuestas hacen poco o mínimo énfasis en detallar desde la ficción historietística los pormenores de esa historia alternativa, en el sentido de que las tramas no necesariamente dependen -en un sentido narrativo (conceptual, causal, etc)- del escenario ucrónico y, por tanto, no apuntan a lo histórico del modo en que, por ejemplo, sí lo hacen algunas ucronías de corte clásico como Pavana, El sindicato de policía Yiddish o La máquina diferencial . Se podría discutir esta atribución de las ficciones de Peruzzo y Roy&Bea a una categoría de "ucronía difusa o light" apelando a que ambas (así sea desde los elementos parahistorietísticos) se detienen a explorar la presencia (o la lectura historiográfica de una presencia removida) de las poblaciones originarias en sus historias alternativas (la apelación a Rivera en "Ciudad Fructuoxia" es clara, así como también encontramos en Freedom Knights volumen II que "se cambió el nombre del antiguo departamento de Rivera por Sal-si-puedes, recordando así el terrible exterminio del pueblo charrúa") lo cual asume indudablemente una inquietud de corte histórico. En cualquier caso, considerar las razones por las que ambos comics trabajan ese lugar recurrente (esa marca, podría decirse) de la sociedad y la cultura uruguayas contemporáneas abriría un debate interesante, que debería trabajarse a la luz del "auge" del comic histórico (no-ucrónico, "oficial", digamos: Cardal, Bandas Orientales, Acto de Guerra, incluso Valizas en cierto modo) en el presente de la historieta uruguaya.
En el caso de la lectura que estoy disponiendo aquí de ¡Deje de afligirse! me resulta especialmente interesante el hecho de que desde esta ficción de corte ucrónico se trabajen fenómenos muy cercanos a nuestro presente "real" como la proliferación de "iglesias" cristianas de tipo carismático y "milagrero" generalmente impotadas de Brasil, el peso creciente de los cultos afrobrasileños y cierta posible mutación o desarrollo de la imagen de Brasil y sus pueblos en la cultura uruguaya (es decir: la puesta a la luz de cierta construcción -desde cierta clase social o grupo cultural- de una imagen de Brasil diferente a la sostenida por los diversos grupos o tribus de entusiastas barsilerófilos, aunque entiendo que estoy empleando un término más o menos inventado por mí sin detallarlo demasiado). Desde esa perspectiva, el guión de ¡Deje de afligirse! mantiene el interés de corte sociocultural presente en todas las entregas previas de la serie Relatos de Ciudad Fructuoxia. Peruzzo se maneja con soltura moviendo -siempre con un excelente sentido del humor- estereotipos y representaciones de grupos culturales, hilvanándolos en una historia sencilla pero bien llevada.
Es interesante también la evidente consciencia de la estructura clásica de una trama de ficción que exhibe Peruzzo. Las vueltas de tuerca, los momentos de tensión y sos soluciones, los "alivios humorísticos", la apelación a los lugares comunes del género de superhéroes y la estilización humorística de los personajes están todos dispuestos de una manera extremadamente efectiva que apunta a los aciertos indudables del guión de ¡Deje de afligirse! En otras palabras: se trata de una historia muy bien llevada, extremadamente graciosa por momentos, que presenta no pocos intereses desde el punto de vista de una reflexión cultural. La construcción de los "poderes" de un personaje a través de la representación de ciertos rituales afrobrasileños, por ejemplo, puede leerse como una afirmación de corte meta-historietístico (sobre cómo escenificar personajes con poderes en un contexto evidentemente uruguayo, ucrónico o no) y también como una apelación a un "otro" de la cultura uruguaya (es decir: trabajando desde asumir que los cultos afrobrasileños son un "otro" para nuestra cultura, pero un "otro" que se acerca, que intersecta y que difunde en nuestra cultura, de hecho) que permite el exotismo necesario para habilitar lo maravilloso o la fantasía (en el sentido de "superpoderes no explicados científicamente", es decir no tanto como ciencia ficción sino como fantasía). En cualquier caso, es innegable el interés desde el punto de vista de los estudios culturales que posee este trabajo (y en general todos los que lo preceden, incluyendo el autobiográfico Ranitas) de Nicolás Peruzzo.
El talón de Aquiles de esta publicación es la parte gráfica. El arte de Pablo Gradin es en general torpe; tiende a lo inseguro y a las resoluciones pobres (la viñeta en la que el protagonista Duck Vikka apunta con su arma al predicador pseudobrasileño y le dice "contáselo a San Pedriño porque te voy a dejar hecho un baurú", por ejemplo), especialmente en cuanto a los detalles y a los personajes fuera de los primeros planos de la representación. Esto no quiere decir que este nivel insatisfactorio se extienda a la totalidad de su trabajo: algunas viñetas, quizá las menos pero algunas en fin, ofrecen una composición interesante y dinámica, que, por desgracia, no se convirtió en la tónica del trabajo gráfico para esta historieta. Es cierto que las entregas previas de Relatos de Ciudad Fructuoxia (con arte a cargo de Peruzzo) no brillaban especialmente por el nivel de la ilustración; en cualquier caso se podía sentir que el arte era funcional con el muy buen guión, que esta última dimensión de la historieta era la que pasaba a convertirse en el punto fuerte de la propuesta. Sin embargo, en Ranitas (también con arte y guión de Peruzzo) las ilustraciones brillan con luz propia, quizá aludiendo a cierta evolución de su autor en tanto dibujante que ahora se conoce más a sí mismo, que es más consciente de sus limitaciones y desde ellas -y hacia más allá de ellas- desarrolla un estilo propio y efectivo. Esa estado es, precisamente, lo que Gradin aun no ha encontrado. Creo sinceramente que tiene potencial para alcanzarlo -las mejores viñetas de ¡Deje de afligirse!, bien miradas, pueden ser evidencia de ello-, pero hay todavía un gran trecho a recorrer. La asociación con Peruzzo (en tanto creador sólido e interesante de guiones) acaso sea un buen vehículo para que Pablo Gradin progrese en su arte; para la solidez desde el punto de vista gráfico de la serie Relatos de Ciudad Fructuoxia, sin embargo, ¡Deje de afligirse! (que funciona a la altura de sus precedentes -o quizá más arriba aún- desde el punto de vista del guión) no llega a ser, lamentablemente, un paso adelante.

Publicada en Partículas Rasantes el 25 de mayo de 2012

La otra odisea, de Bea Miranda y Guille Fernández

Para empezar con una especie de chiste malo diré que La otra Odisea es un barco que hace agua por todas partes. No sólo la historia (chico seducido por La Odisea viaja en el tiempo junto a su profesor para indagar si Homero realmente existió... salvo que, claro, alguien defienda una aproximación "metafórica" o "simbólica", lo cual, en mi opinión, sería empobrecer la obra aún más) está llevada de un modo tentativo y difuso sino que todas las ideas que propone terminan disipándose como si los autores (los "escribujantes"; me gustaría que en algún lugar se aclare cual es la diferencia entre "escribujar" y escribir guiones e ilustrarlos: ¿se trata de que el proceso es simultáneo, casi como una improvisación? eso podría explicar algunas de las fallas del libro, ahora que lo pienso) no fueran capaces de decidir qué querían hacer o si realmente les interesaba decir y mostrar algo más allá de un abanico de posibilidades narrativas que, lamentablemente, no cuajan por ninguna parte.
Para colmo la parte gráfica es tosca; las expresiones de los personajes, en general, son sumamente esquemáticas y por todas partes hay ruido informativo: personajes que atraviesan el límite de las viñetas sin que ese recurso redunde en una mayor expresividad o en apertura de distintos niveles de significado, por ejemplo.
En cierto modo, los mejores episodios (tanto desde el guión como desde el arte -sí, son separables a la hora de presentar una lectura de la obra, "escribujados" o no) son los más "realistas". Había algo a indagar ahí -el chico del interior abriéndose camino en Montevideo y regresando a su pueblo natal y sentir el contraste entre sus nuevas costumbres y perspectivas y las de los que quedaron allí, tema trillado pero válido-, pero pronto el recurso fantástico (no diría ciencia ficción porque si lo hiciera la obra se desmoronaría todavía más rápido) del viaje en el tiempo nos inserta en otro línea de lectura. Suena improcedente en este contexto (es decir, en una obra que no apunta a nada claro) hablar de la inverosimilitud de los hechos de la trama, como también lo parece reclamar una lógica (así fuese una lógica "propia", "particular" de la obra), pero, en cualquier caso, cabría preguntarse qué movió a los creadores de este libro a meterse en terrenos en los que, claramente, no saben manejarse. Y para colmo sobrevuela el libro una suerte de vocación metanarrativa que, en rigor, no termina de configurarse más que como un gesto superficial, apoyado apenas en que se nos señala que "escribujar una novela gráfica puede ser una aventura, literalmente, una odisea" (p.1) o que "Ese viaje es también el inicio de su propia odisea... y de la nuestra como escritores y dibujantes, o como preferimos llamarnos, escribujantes"; en la trama propiamente dicha lo único que podríamos emplear como pie para generar una iteración de planos diferenciados de referencia sería la idea de que el profesor sugiere a sus alumnos, en la primera parte, que "representen" su rapsodia favorita de la Odisea, a la vez que él parecería estar produciendo una narrativa que se diluye o se confunde en lo que estamos leyendo, en La otra odisea. A la vez, la última viñeta nos sugiere que el libro que tenemos en nuestras manos (o al menos uno con el mismo título, incluso la misma tipografía) lo escribió el chico protagonista, que se quedó en el pasado y creó su ficción para que, siglos después, llegara a manos de su profesor como una "prueba" de que Homero realmente existió (el ingenuómetro estallaría aquí si no hubiese estallado tantas páginas atras). Se trata, claramente, el consabido juego de cambios en el pasado y efectos en el presente (Volver al futuro, "El ruido de un trueno", etc), pero tratado aquí con una ingenuidad tan grande que queda claro que no puede pensarse más que como un intento de disponer un golpe de efecto que pretenda generar en el desenlace unos cuantos "aaaaah!" entre lectores muy acríticos. Lo metanarrativo, en cualquier caso,podría haber sido un punto de partida como cualquier otro, pero pronto la obra se lanza a recorrer otros caminos, entre ellos la trama realista que ya mencioné, el episodio de corte realismo mágico con las voces de mujer oídas en la laguna y el curioso episodio pseudocienciaficcionero con la máquina del tiempo, para retomar cerca del final (seguramente con la pretensión de hacer una obra "redonda") la idea del profesor narrando en su computadora. El resultado final es que ninguna faceta del libro parece haber sido explorada satisfactoriamente, que todo queda en una exhibición de intenciones o, de hecho, que el nivel de chapucería de los autores es tremendo. La historia de las voces en la laguna es un ejemplo perfecto de esto: está entre lo más sugerente del libro y, claramente, no aporta nada a su resolución general ni siquiera en términos de climas, ya que esa apertura digamos mágica está claramente cancelada por la idea de la "máquina" y sus connotaciones -el chico es un estudiante de quinto científico y tiene un cuaderno de "inventos", algo presentado de un nivel más simple todavía que lo que vemos en Lluvia de hamburguesas- para una trama que roza la ciencia ficción -en el sentido de prescindir de "magia" a secas.
En cierto modo opera en La otra Odisea algo parecido a la falla principal de las ficciones de Pablo Zignone (aunque al menos Zignone tiene menos pretensiones y, en general, sus comics están mejor ilustrados), en tanto pretende volverse más y más compleja apilando realismo mágico, viajes en el tiempo, apreciación homérica, pretensiones poéticas, culto consabido a la literatura clásica ("pero, una vez más, me sorprendieron. Disfrutaban de las leyendas con un asombro que no encontraba ni en los de humanístico. Y hasta algunos empezaron a aprender griego para poder recforrer los textos sin intermediarios"), gestos metatextuales, compromiso ecologista y reivindicación políticamente correcta de las comunidades periféricas. Pero, por supuesto, semejante rejunte no cristaliza en nada más que un cuento mal contado con demasiadas pretensiones y un arte que no logra al menos distraernos -asi sea momentáneamente- de una escritura deficiente.
Ahora, si se la lee ignorando las pretensiones o dejándolas pasar, si se pasan rápido las páginas escuchando reggae y respirando humo de sahumerios en alguna choza de Punta del Diablo, si incorporamos a nuestro sistema nervioso una sobredosis de buenas intenciones y actitud hippie-todo-bien, ahí podría llegarse a la conclusión de que, en última instancia, La otra odisea es un libro vagamente simpático. Pero si se le pide algo más a la historieta, asi sea un entretenimiento presentado de un modo competente o una historia al menos interesante... bueno, ahí hay que señalar que este trabajo de los "escribujantes" sería lo último que valdría la pena leer.

Publicada originalmente en Partículas Rasantes el 29 de mayo de 2012

miércoles, 13 de junio de 2012

metacrítica de "Dengue", de Rodolfo Santullo y Matías Bergara

He estado leyendo algunas de las reseñas de Dengue (guión de Rodolfo Santullo, arte de Matías Bergara) publicadas hasta la fecha, descartando las emitidas únicamente como noticias o las que se limitan a exponer brevemente el argumento. Las que surgen en una búsqueda más o menos exhaustiva y operando desde la criba recién señalada, hasta la fecha, son:
"Dengue", firmada por "El penitente" para el portal Multiverseros.com;
"Dengue, Rodolfo Santullo y Matías Bergara", por Leonardo Cabrera para el blog Club de Catadores;
"Ilustrados y valientes" (que también pasa revista a otras publicaciones recientes), por María José Santacreu para el semanario Brecha;
"Dos novelas gráficas en el tiempo" (que tambíen comenta Cardal, de Bentancor&Ginevra), en El Observador;
"Dengue, de Rodolfo Santullo y Matías Bergara", de mi autoría para La Diaria y mis blogs Partículas Rasantes e Historietas Rasantes.

La reseña en Multiverseros.com parte de constatar el lugar privilegiado que ocupa el comic histórico en el panorama de la historieta uruguaya reciente y refiere a un "resurgimiento" de la producción historietística en nuestro país, tema sin lugar a dudas interesante y que, en mi opinión, no ha recibido (no me refiero puntualmente a esta reseña en particular) hasta ahora un análisis más profundo. Esta "tendencia", continúa el reseñista, ha sido de alguna manera apuntalada por el trabajo de Bergara y Santullo (con Los últimos días del Graf Spee y Acto de guerra), que, en el caso de Dengue, vira hacia otro género más desatendido: el "policial de ciencia ficción". Es interesante que se considere un género a esa categoría; ejemplos, en todo caso, no faltan, desde los clásicos de Asimov (El sol desnudo, Bóvedas de acero) a los cuentos de Arthur Clarke de la "Taberna del Ciervo Blanco", que hacen uso de procedimientos de la novela policial clásica en un contexto de ciencia ficción. Más recientemente cabe nombrar a China Miéville (con su policial cuasi fantástico o slipstream The city & the city) y a Michael Chabon (con su ucronía noir El sindicato de policía yiddish). En cualquier caso, la reseña comienza enmarcando a Dengue dentro de un género claramente apreciable, para pasar después a afirmar -con innegable acierto- que ese género no estaba bien representado en el contexto de la historieta nacional. La lectura del reseñista sigue resaltando que el prólogo de Ian Watson prepara con eficiencia al lector para lo que seguirá:
Epidemias, mutaciones, virus de laboratorio, y los más sucios instintos humanos. En definitiva, rasgos de un futuro distópico que durante años vivieron en el imaginario de la ciencia ficción, pero que cada vez más parecen estar a la vuelta de la esquina.
Me interesa en especial la última afirmación: el reseñista parece sugerir que elementos propios de la ciencia ficción (o de cierta ciencia ficción) ya han pasado a ocupar las casillas de nuestro presente; esto, indudablemente, nos abre la posibilidad de preguntarnos hasta qué punto Dengue transcurre en un futuro apreciable como tal, un futuro con "marcas", digamos. Sobre este tema aclara el reseñista que "Dengue transcurre en un Montevideo que se intuye pertenece a un futuro próximo (y digo “intuye” porque en ningún momento se da una referencia exacta del año en que se desarrolla la historia)". Las marcas de "futuro" entonces quedarían implícitas. ¿Pero implícitas en qué? Dado que no hay muestras de tecnología diferente particularmente visibles (excepto la cubierta del Estadio Centenario, que, en todo caso, es posible en nuestro presente), ese inscribirse de la ficción en el futuro cercano dependerá de otro tipo de marcas: marcas de género quizá, y en el caso de Dengue son abundantes: catástrofes (al estilo de El día de los trífidos, por ejemplo) y mutantes (al estilo del subgénero biopunk, por ejemplo) parecen asegurarnos que la obra pertenece a la ciencia ficción y, por tanto, al futuro cercano.
La reseña prosigue comentando las primeras páginas de la novela gráfica, y de paso aproximándola a otro relato que la precede ("en cierta forma recuerda a los primeros minutos de The Happening, subvalorada película de M. Night Shyamalan"); la última página, añade, incluye un "detonante" para la ficción policial. Este crimen, sin embargo, sería sólo la "punta del iceberg" de una conspiración gubernamental. Es interesante que esto no sea tomado estrictamente como una marca de género por el reseñista, pero es cierto que no las "ficciones sobre conspiraciones" no parecen configurarse en un género en sí mismo (de otro modo habría una categoría que tendría a The illuminatus! trilogy como arquetipo) sino que dependen de un núcleo genérico que funcione como atractor, en el caso de Dengue el relato policial. A partir de estas tres primeras páginas comenzaría el "hilo" del relato, que según el reseñista es "interrumpido" por el capítulo segundo, "a priori un tanto descolgado del resto", aunque se afirma de inmediato que ese episodio "pone de manifiesto, explícitamente, la manera en que la nueva vida casi en aislamiento afectó a los habitantes de la ciudad"; el reseñista, entonces, detecta un pliegue en ese segundo episodio, una diferencia, digamos, pero la justifica en tanto obedece a un propósito narrativo. Volveré sobre esto más adelante.
Tras comentar un poco más de la trama y los personajes, el reseñista hace dos afirmaciones interesantes: 1) que la trama de Dengue es un poco previsible -y que esa previsibilidad "no disminuye el disfrute y la valoración de la obra"; 2) que "Santullo no teme caer en los distintos clichés de los géneros de los que se vale, y al mismo tiempo, los utiliza como una herramienta para canalizar los momentos más humorísticos, que dan respiro a aquellos de mayor densidad dramática". También volveremos a esto último, al comentar la reseña de Leonardo Cabrera y la de María José Santacreu.

El reseñista prosigue considerando el estilo de Bergara (y señala que en general los dibujantes no son quienes reciben la mayor cantidad de líneas en las reseñas o críticas, quizá porque quienes las escribimos -me atrevo a sugerir como respuesta, basándome en mi limitada experiencia- solemos no tener una experticia real en ilustración -y sí, más o menos, en narrativa-, más allá de ser capaces de reconocer alguna que otra pauta evidente), resaltando su evolución (desde Los últimos días del Graf Spee, cabe pensar) pero presentándola no como un hecho "absoluto" sino en relación a la capacidad de Bergara de "reinventarse para adaptarse a las exigencias de la historia", una apreciación interesante en sí misma, en tanto sugiere, en mi opinión de manera muy acertada, que cada historia lleva una suerte de "estilo implítico", y que parte del buen hacer de Bergara como artista consiste en detectar ese estilo y modularlo a sus capacidades y preferencias.
La reseña finaliza resaltando los valores narrativos de Dengue (en tanto "una historia bien contada") y estableciendo que otro elemento de su valor está en la caracterización, modulada no tanto a la complejidad de los personajes sino, más bien, a su credibilidad.

La reseña de Santacreu es más breve, en tanto pertenece a un artículo en el que se comentan varias publicaciones, y parte de establecer a Dengue como la mejor obra de Santullo. Entre las razones ofrecidas para esta caracterización están: 1) Dengue sería "literatura de género en estado puro (policial, ciencia ficción)"; 2) en Dengue Santullo se libera de los requerimientos del género histórico para "dar rienda suelta al puro disfrute de escribir una historia inventada"; 3) "se burla de los clichés de los géneros utilizándolos a mansalva". Debo admitir que no entiendo del todo esta justificación; para empezar, si Dengue fuera "género en estado puro" y por tanto "ciencia ficción en estado puro" (cosa que no existe, por otra parte; si lo es "El sonido de un trueno" no lo es Muero por dentro, por ejemplo; si lo es "La última pregunta" no lo es 334 -ver mi partícula del 7 de junio para una problematización de un concepto similar al de "ciencia ficción en estado puro"), cabría juzgar la resolución del argumento por las pautas de esa "ciencia ficción pura"; si se tratara de las pautas de la CF clásica, entonces Dengue, con su falta de "explicación" de las mutaciones y sus hechos más o menos pasados por alto (como por qué el "Príncipe" de los mutantes tiene aspecto casi enteramente humano mientras que los otros son monstruos horribles), resultaría una obra sumamente chapucera. Si la modulamos hacia otro tipo de CF ya no clásica (la "catastrofista" al estilo Ballard o Aldiss, digamos), entonces en Dengue hay, asimismo, pocos detalles y mínimo desarrollo del hecho "catastrófico" básico (se juega con elementos "solidarios" a la catástrofe, como el cambio climático, por ejemplo, pero siempre a título más bien connotativo). En otras palabras: creo que Santacreu se equivoca al pensar que Dengue es "género en estado puro" (en ese sentido me parece más fértil la lectura del reseñista de Multiverseros: "Santullo no teme caer en los distintos clichés de los géneros de los que se vale"); ella misma parece sugerirlo cuando dice que Santullo "se burla de los clichés de los géneros": eso hablaría, si fuera a todas luces cierto (como lector no encontré ninguna intención paródica en plan burla, pero es mi acercamiento particular al texto, no estoy diciendo que no sea posible leerlo como lo hizo Santacreu), de un gesto más bien de tipo irónico o de distanciamiento frente al género, lo cual se contradice con lo de "género en estado puro". Tampoco me convence que Santullo haya mejorado por abandonar ataduras que lo constreñían; en Valizas, por ejemplo, esas ataduras se prestan a una obra quizá incluso mejor lograda que Dengue, sin que se abandone el "feeling" histórico. Quizá para la lectura de Santacreu, Dengue es un aporte interesante porque, pese a usar "a mansalva" tantos clichés, lo hace desde una postura de "burla"; esto no sólo no es evidentemente cierto sino que, además, implicaría una serie de actitudes asumidas frente a las parodias y los géneros; si Santullo no se hubiera "burlado" del género policial o de la ciencia ficción sino meramente emplear sus clichés, ¿su obra no sería tan "buena"? Eso parece atentar contra la idea de "género en estado puro", una vez más, salvo que para Santacreu los "géneros en estado puro" no valgan tanto la pena como las "burlas" (lo cual es una actitud válida, más allá de que no sea la que yo asumiría).
El resto de la reseña glosa levemente el argumento, aportando una referencia a la película Sector 9, que también trabaja la noción de interacción entre especies. De Bergara se limita a señalar que no sería raro que "pasara a dibujar para DC". Se trata, en mi opinión, de un texto escrito con prisas, que no hace un verdadero aporte a la lectura de la novela gráfica.

La reseña de Leonardo Cabrera comienza en plan un poco didáctico, aportando ciertas pautas del ciclo infeccioso del dengue; es cierto que este conocimiento en principio aporta a la comprensión de la novela gráfica, pero ese aporte resulta relativamente innecesario, en mi opinión. En cualquier caso, la reseña se instala plenamente a continuación: Cabrera comenta la premisa del argumento y señala un defecto: "y quizá sea este punto uno de los que el lector puede echar en falta, el de la premisa pseudo-científica que habría merecido un desarrollo mayor". Esta afirmación merece que la consideremos más detenidamente. Es posible que una manera de justificarla sea apelando a, una vez más, la evidente pertenencia de la novela al género ciencia ficción; Cabrera seguro tiene presente cierto tipo de ciencia ficción, la más bien "clásica" o incluso "dura", que demanda explicaciones científicas ("pseudo-científica" no es una elección muy feliz de término, en tanto connota "pseudociencias" como la astrología o la homeopatía, que evidentemente quedan descartadas como mecanismo que genere verosimilitud en el paradigma clásico de la ciencia ficción) a los elementos extraños de la trama. Es decir, si una nave espacial acelera a una velocidad superior a la de la luz hay que explicar cómo; una manera de hacerlo es apelando a un cliché de género, como el "hiperespacio" o los "atajos interdimensionales" o los "agujeros de gusano"; estas pautas consagradas ("hiperespacio", creo, fue una creación de Asimov en su saga Fundación); a nadie se le ocurre pedirle a un escritor de CF una explicación consistente con la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, expresada en un buen número de ecuaciones, de cómo diablos funciona el hiperespacio: se acepta el lugar común del género en tanto se está dentro de una tradición, un género. En ese sentido, Dengue no necesariamente necesita explicaciones: puede apelar a lugares comunes de la CF como los mutantes o a ideas más o menos consabidas como el hecho de que los virus mutan; si Dengue fuera declaradamente CF dura, Cabrera tendría razón, sin lugar a dudas; pero Santullo no hace esa propuesta genérica: en todo caso, sí trabaja desde una hibridación (policial/ciencia ficción), de modo que, una vez más, la idea de "géneros en estado puro" de Santacreu parece chocar -ahora de acuerdo a otro sentido posible- con la novela gráfica. Es posible, en todo caso, que Cabrera se saltee las nociones de género y asuma simplemente que la verosimilitud del texto (insisto: más allá de su condición de ciencia ficción) está comprometida por la falta de explicaciones de tipo científico o cientificista. La preocupación por lo verosímil es, de hecho, una constante en sus reseñas para Club de Catadores, por lo que, desde esa perspectiva, su afirmación sobre Dengue parece justa. Un lector que -ciencia aparte- busque más solidez en la presentación de ciertos hechos en la trama tiene derecho a señalar como defectos algunos elementos de esta novela gráfica.
Cabrera continúa resaltando la hibridación de ciencia ficción y policial, y señala ciertos aciertos en la caracterización, en este caso mediante los aportes de Matías Bergara. Después se detiene -como la reseña de Multiverseros- en el capítulo dos, y también encuentra que su inclusión a la obra requiere cierta explicación o justificación:  "(el segundo capítulo) parece estar allí más que nada para permitir el lucimiento de las dotes detectivescas de Pronzini en un caso que sirve, también, para que Bergara muestre el Estadio Centenario cubierto por una cúpula y realice una estampa que recuerda al gol de Ghiggia en Maracaná", escribe. Tanto el reseñista de Multiverseros como Cabrera, entonces, señalan que la inclusión del episodio es, como mínimo, problemática; ambos, sin embargo, encuentran elementos para justificarla: su uso como manera de explicitar ciertas pautas de la Montevideo de la ficción, para Multiverseros, y la construcción del personaje de Pronzini, para Cabrera (es evidente que poder dibujar el Centenario con una cúpula no es una verdadera justificación).
Dengue parece invitar a sus reseñistas a incorporar referencias al cine. Lo hace Santacreu, lo hace el reseñista de Multiverseros y también lo hace Cabrera, que compara a la periodista Valeria Bonilla con Nicole Kidman en Todo por un sueño; otra afirmación, más de corte estructural digamos, es la vinculada a las referencias, precisamente, al cine y a la cultura popular. La lectura de Cabrera las convierte, con acierto en mi opinión, en desahogos humorísticos y, a la vez, metatextuales:
El distanciamiento humorístico que Pronzini realiza de manera sistemática tiene más de una lectura. Por un lado, funciona en el guión como válvula de escape a la tensión. El tema de “Dengue” bien habría podido volverse excesivamente lúgubre, de no ser por estas intervenciones. Por otro lado, las referencias esas referencias humorísticas se apoyan casi siempre en la mención de cierta cultura audiovisual, estableciendo un diálogo cruzado con ese bagaje que el lector trae consigo y volviéndolo evidente. Esto lo convierte en un personaje auto-consciente de su condición de criatura ficticia y de su rol en la historia
 De hecho, es especialmente lúcida la lectura de Cabrera en el momento en que señala " De ahí que [Pronzini] no pueda ser catalogado como un personaje estereotipado, sino, en todo caso, de un personaje con cierta vocación paródica"; en ese sentido, la lectura del uso de clichés o lugares comunes como estrategias de acercamiento al lector que no se agotan en sí mismas, fue especialmente evidenciada en esta reseña de Leonardo Cabrera.


La reseña publicada en El Observador no hace grandes aportes; comenta vagamente el argumento y señala -como parece ser norma- una referencia cinematográfica, estableciendo que el apellido del protagonista es una referencia al autor de novelas policiales Bill Pronzini (al que Santullo indudablemente conoce, en tanto es un notorio conocedor del género). También se menciona al prologuista Ian Watson, una referencia tomada además por la reseña en Multiverseros.com.


Mi primer comentario fue publicado en La Diaria, y ante todo se detiene en algunos llamadores de atención del libro: su aproximación a la ciencia ficción (poco frecuente, digamos, en el medio historietístico local, como señalaba la reseña de Multiverseros), el prólogo de Ian Watson y el espléndido trabajo de impresión a todo color. Más adelante consideré la hibridación policial/CF de la novela y me referí a la "estilización" de los personajes y de las referencias de género; en ese sentido, podría leerse, me manifesté en una actitud bastante contraria a la de Santacreu y su "género en estado puro"; mi lectura del uso de los géneros en Santullo pasa más por valorar su empleo de los lugares comunes en tanto un lenguaje que permite diferentes enunciados o construcciones posibles, sin apelar necesariamente al concepto de parodia.
En la reseña publicada ese mismo día en mi blog Partículas Rasantes, me detuve un poco más en las referencias a la cultura popular y al cine -algo ya trabajado por Leonardo Cabrera-, regresé a la lectura de Ian Watson desde su prólogo y desarrollé un poco más mi lectura del controvertido capítulo segundo, señalando que, en mi opinión, su inclusión no está justificada en un proyecto con las características de la novela gráfica publicada -y si en un eventual "crónicas del dengue" que se permitiese un buen número de relatos autoconclusivos.


En general, las reseñas consideradas coinciden (excepto la de Santacreu, que no menciona el tema, y la de El Observador, que, por lo breve, apenas debería considerarse un comentario -dejando de lado su principal aporte al ponerla en relación con  Bill Pronzini) en problematizar el capítulo 2. La de Multiverseros y la de Leonardo Cabrera terminan justificando su inclusión, mientras que la mía concluye que su presencia en el libro obedece a una lógica que no resulta del todo compatible con la de los otros episodios. A la vez, todas las reseñas coinciden en presentar Dengue como un hito más de la dupla Santullo/Bergara, y también existe cierto conseso a la hora de presentar como especialmente lograda la construcción de los personajes, aunque las razones esgrimidas no son siempre las mismas. Por último, quienes -Cabrera y yo- se detienen en los gestos metanarrativos resaltan su buen funcionamiento a la hora de funcionar como puentes hacia el lector.
El tema del acercamiento a la ciencia ficción también es una constante en las reseñas aparecidas hasta ahora; desde cierto mínimo reproche -desde la lectura de Leonardo Cabrera- hasta cierta indecisión conceptual -en la de Santacreu-, pasando por mi modulación hacia una "ciencia ficción light", el lugar de Dengue en el género y, además, en el corpus cienciaficcionero local, es uno de los asuntos más visibilizados en la novela gráfica.



martes, 12 de junio de 2012

historietas presentadas en Montevideo Comics 2011

2011 viene siendo el año del comic histórico. Valizas, de Rodolfo Santullo y Marcos Vergara, La isla elefante, de Alejandro Rodríguez Juele, y el colectivo Bandas orientales, que incluye a Federico de los Santos, Nicolas Peruzzo y otros, son un claro indicio de la buena salud del subgénero, que parece haber trepado hasta la cima de visibilidad de la historieta nacional. Podría discutirse mucho sobre las razones que propulsan esta tendencia; el cómic, como cualquier forma de arte, se mueve en un espacio pautado –para alcanzar una mayor visibilidad, difusión y lectura– por ciertos códigos de legitimación. Si comparamos el género histórico con el de superhéroes, por ejemplo, podemos concluir que el último –en Uruguay, por supuesto– es validado generalmente a través de una lectura irónica o una apuesta humorística, mientras que el primero se nutre de la “respetabilidad” inherente a los estudios históricos. Santullo suele contar que en una charla sobre su Los últimos días del Graf Spee una persona le preguntó si le parecía válido hacer “chistes” sobre algo tan importante como el hundimiento del legendario acorazado en aguas del Río de la Plata. La pregunta implicaba que toda narrativa gráfica es apenas “chistes”, es decir algo poco serio o que merece un mínimo de atención. Para convertir a esa historieta en algo “serio” hubo que apelar a valores de producción artística como el excelente dibujo de Matías Bergara o el largo trabajo de investigación histórica asumido por Santullo: es decir, si la historieta aparece vinculada a un discurso “serio” y legitimizado (que aquí además obra como legitimizador) como la Historia (con H mayúscula), adquiere una dimensión extra, un perfil de forma válida de arte narrativo. Este tipo de actitud, por supuesto, ha asesiado siempre al establecimiento del comic como forma artística en sí misma, y muchos autores han intentado (más o menos combativamente) minar esas suposiciones (lo mismo sucedió y sucede, por ejemplo, con la ciencia ficción o la fantasía heroica, en cualquier formato en que se presenten); podemos aceptar, en todo caso, que dadas ciertas características del medio cultural uruguayo, el cómic histórico parece investido de una mejor presentación, de una conexión más cercana con lo “serio” o lo “válido” en cuanto arte. No se trata de coincidir con esa postura, ni por mi parte ni por la de creadores como Juele o Santullo, pero podemos pensar que en el éxito reciente del comic histórico en nuestro país está vinculado a esa posible característica del medio cultural local. Es curioso, además, que el superhéroe más difundido del cómic nacional, Cisplatino, se nutre de alguna manera de la ficción histórica, aunque no pertenezca realmente al género, y  resulta curioso por tanto que el único superhéroe que ha “funcionado” (fuera del humor al estilo Orange Shaft o la lectura irónico-vernácula del género propiciada por Ciudad Fructuoxia) es, precisamente, un blandengue resucitado. Pero ya volveremos a esto.
Valizas está ambientada de un modo relativamente impreciso en los años de la dictadura, y ofrece una historia contada con excelente sentido del ritmo, en la que el arte de Marcos Bergara adquiere una profundidad de significado impresionante. Los guiones de Santullo han mostrado, de hecho, una evolución notable desde libros como Crímenes o Monstruo, ambos publicados por su editorial, Belerofonte. Incluso podría pensarse que Valizas muestra a un guionista más competente, por ejemplo, que Los últimos días del Graf Spee. El uso de diferentes registros de narración (las “irrupciones” de un plano mitológico, por ejemplo) es un recurso usado con excelentes resultados, y convierte a Valizas en una obra especialmente atendible, en cierto sentido más interesante que el modo más lineal de Los últimos días… y Acto de guerra, que, de todas formas, tenía el interés especial de funcionar como mosaico de historias breves que se complementaban entre sí.
La isla elefante es la apuesta más sólidamente “histórica” de este set de historietas. Acompañada por un interesante apéndice “real”, narra la historia de la primera misión uruguaya a aguas antárticas, así como también uno de los episodios en la “conquista” del polo sur. El trazo de Juele, fino, elegante y detallado, se revela aquí como un complemento perfecto para un modo de narrar tenso, que apuesta a incluir un máximo de acción en un mínimo de espacio, y que de hecho lo logra. Por momentos parece increíble que en tan pocas páginas se pueda contar de manera competente una historia que no carece de complejidad. En ese sentido, Juele es uno de los narradores más interesantes del medio gráfico local.
Bandas Orientales incluye trabajos de varios artistas, centrados en los acontecimientos del año 1811, partiendo del Grito de Asencio, capítulo a cargo de Nicolás Peruzzo. En las tres historias publicadas se puede apreciar un trabajo interesante de búsqueda de acontecimientos interesantes en sí mismos que se presenten contra un fondo histórico; en el capítulo de Peruzzo, por ejemplo, una situación de corte humorístico termina desembocando en el hecho histórico del que se debía dar cuenta desde la propuesta. Peruzzo resuelve muy bien la manera en que su trama alcanza los “hechos históricos”, pero, a la vez, instaura un recurso que los otros creadores llamados para el proyecto harían bien –es mi opinión– en no emplear como si fuera el único (me refiero a incorporar la “Historia” al final a modo de nota explicativa).

Ranitas: Historia (personal/generacional) gráfica

Mi favorita de las obras publicadas en lo que va del año es Ranitas, de Nicolás Peruzzo, publicada también por Belerofonte. La palabra “catarsis” aparece en el subtítulo y merodea la obra, pero hay mucho más. Peruzzo logra dar con un equilibrio perfecto entre la historia personal (sus años de adolescente, la interacción con la sociedad y las instituciones, su naciente vocación artística, su pasión por la música) y lo que podríamos llamar el “espíritu de su generación”. Está claro que todos los que tenemos entre 35 y 28 años, más o menos, nos sentiremos más que identificados con el desfile de íconos de la cultura popular y la geografía montevideana que exhibe Peruzzo en las páginas de su novela gráfica. Los lugares de la noche noventera, la música que muchos tomábamos en cierto modo como un bandera frente a la imposición del uruguashismo cultural y los grupos culturales jóvenes (podría hablarse de proto tribus urbanas quizá, pero se daban con un mínimo de autoconciencia o incluso militancia) o subgrupos que coexistían en el momento (las “chetas” que bailaban “marcha” e iban a ciertas discotecas, los “rugbiers”, etc), configuran un mapa que hará sonar las cuerdas (y las canas) de la nostalgia en muchos corazones; pero ese no es el único punto de interés de Ranitas. La parte gráfica, por ejemplo, muestra un progreso más que notorio en relación a trabajos previos de Peruzzo, alcanzando momentos de expresividad increíbles. Un lugar común en la crítica historietística local es resaltar ciertas “fallas” en el dibujo de este creador: en mi opinión, es un ejemplo de falta de atención a la obra. El dibujo de Ranitas es tan funcional a su propuesta como el estilo sucio y visceral de Matías Bergara en Acto de guerra, o, para seguir con Bergara, la gráfica estilizada con la que representó los personajes de Los últimos días del Graf Spee; en ese sentido, el dibujo de Ranitas es perfectamente funcional y satisface en un 100% las demandas de su proyecto; insistir en presuntas “fallas” técnicas es, me parece, no entender de qué se trata el libro, y no quiero decir que su planteo “tolere” torpezas de ejecución, sino que el estilo y lo narrado se complementan de un modo fluido y natural.
Ranitas, me parece, señala una dirección a explorar para el comic nacional, en cuanto obra absolutamente personal. Es quizá una actitud romántica de mi parte, pero, en cualquier caso, es algo que hacía falta en un medio cuyas obras mas sobresalientes (con la excepción de Renzo Vayra, seguramente) tienden a una impersonalidad creadora o una conexión (como en el caso de Acto de guerra) a asuntos fuertemente implicados en cierto sentimiento colectivo o nacional. Creo que es muy saludable para la historieta local que coexista la narrativa histórica de corte clásico con obras más personales como Ranitas. Es posible, además, que otras líneas a explorar estén agotadas o a punto de agotarse, o que, a priori (y habría en realidad que cotejarlo con la experiencia) podrían resultar inviables.

¿Comic de vanguardia?

En una reseña publicada en La diaria hace pocos días, Federico de los Santos comentó con lucidez La galería de los sueños, historieta de Renzo Vayra presentada en el último número de la revista Vagón. De los Santos apunta una serie de líneas que sirven de eje a una lectura muy fértil de esta obra gráfica, y resalta conexiones con el manga, la relación de esta Galería con la obra anterior de Vayra y el uso de diferentes formas expresivas. En cualquier caso, la riqueza de esta historia es por momentos abrumadora. Vayra es uno de los pocos historietistas uruguayos contemporáneos “de vanguardia”, en el sentido de que su obra permanentemente indaga las posibilidades expresivas del medio elegido (la historieta, digamos) y rompe sus barreras. En “Un sueño realizado”, trabajo incluido en el volumen recopilatorio de los premios y menciones del concurso de historieta Juan Carlos Onetti 2009, así como también (en menor medida) en Las aventuras de Juan el Zorro, La venganza del Tigre, inspirado en la obra de Serafín J. García, Vayra parece crear un territorio intermedio entre la narrativa verbal y la gráfica, sin llegar a producir historieta en el sentido tradicional del término. En el caso del cuento de Onetti grandes fragmentos de texto conviven con ilustraciones, con un abordaje mínimo de lo secuencial, mientras que en Juan el Zorro la narrativa está presentada con una agilidad más similar al comic, manteniendo de todas formas cierta sensación de territorio intermedio. La pregunta de si estas obras son historietas nos lleva a entender a Vayra como un creador experimental, que no deja de cuestionar el lenguaje y las formas expresivas del género.
La galería de los sueños es más “claramente” historietística que las otras obras citadas, pero presenta al menos una notoria irrpución: dos páginas enteras en las que el texto cede paso a una partitura “glosada” por ilustraciones. Se instala un diálogo, entonces, entre la música y la historieta, que genera en el lector una sorpresa y una incapacidad de “clasificar” lo que se está ¿leyendo? (¿mirando? ¿escuchando?). Este tipo de estrategias aportan a La galería… (y a gran parte de la obra de Renzo Vayra) una suerte de “singularidad”, convirtiéndolas en obras únicas en su género –o en argumentos contra la validez del concepto de género.
Vayra es, por supuesto, uno de los artistas más personales y fascinantes del cómic uruguayo. Los riesgos asumidos en una obra como La galería… (parte a su vez de una saga de gran complejidad y ambición artística), su condición de obra “experimental” o “de vanguardia”, la convierten en la publicación más inquietante de los últimos tiempos en la historieta local.


Superhéroes, humor y grandes aspiraciones

Orange Shaft, de Roy & Bea, funciona perfectamente como historia humorística. El mayor progreso, quizá, se nota en la parte gráfica, comparándola por ejemplo con otros trabajos de este dúo creativo, pero también a nivel guión hay hallazgos interesantes. Por ejemplo, la incorporación de una historia secundaria a modo de epílogo u apéndice, dibujada en un estilo deliberadamente retro, aporta una dimensión extra al libro. La historia principal está bien resuelta y resulta por momentos desopilante, pero es posible, en cualquier caso, que insistir en esta línea de trabajo redunde en un “más de lo mismo” o un estancamiento.
El trabajo presentado por Maco es una muestra de su habilidad como dibujante y del encanto y la sensibilidad indudable de sus creaciones; en una línea básicamente igual a la del material que publica en su blog, desarrolla una situación sugerente con una buena dosis de un humor sutil que bordea el absurdo.
Aunque no participó de esta última edición de Montevideo Comics, es ineludible mencionar al proyecto Sidekick, a cargo de Ignacio Calero y su equipo. En una reseña que escribí el año pasado para La diaria expresé una serie de dudas con respecto a la calidad (especialmente “guionística”) del primer número. Esas dudas, en general, las reiteraría para su segunda entrega, que, si bien ha mejorado en muchos aspectos, mantiene ciertas fallas que podrían ser muy fácilmente solucionadas si existiera voluntad de hacerlo. En el caso por ejemplo de “Martillo de brujas” (guión de Calero y arte de Fernando Ramos), esta segunda entrega parecería lograr hacernos sentir que allí hay una historia interesante, a diferencia de su primer episodio, en el que un final abrupto venía a interrumpir varias páginas de promesas demasiado tenues. El recurso de aportar un “resumen de lo publicado anteriormente” logra poner un poco de orden en retrospectiva al caos del primer episodio, y conducirlo a una narrativa más visible, pero también es cierto que ese “resumen” en gran medida reinventa el capítulo anterior aportando información que no era del todo accesible en la manera en que estaba resuelta la primera entrega de este arco narrativo.
En el caso de “Roadcomic: Las aventuras de Allison y Polly” (Guión de Bruno Cotic e Ignacio Calero, lápices y tinta de Calero) sucede algo similar: la bastante torpe presentación de la historia en su primera entrega ha sido mejorada y este capítulo se deja leer con más fluidez. No sucede lo mismo con “Horuk” (Guión de Yamandú Orce y Calero, arte de Yamandú Orce), que sigue siendo una tontería dibujada muy vistosamente; esta entrega, de hecho, es poco más que un pretexto para poner a pelear al protagonista con Thor, hasta que Odin interviene y nos comunica (como si en eso se ocultara una revelación de increíble importancia) que el tal Horuk es su “campeón”.
“Capitán Oriental” me sigue pareciendo ilegible, y es, junto a “Horuk” (aunque esta última al menos se vuelve interesante desde el punto de vista visual), el punto más bajo de este segundo número de Sidekick. Lo mejor, en mi opinión, es “Güalter”, de Agustín Caferatta, y “Ultimate Cow”, de Leonardo Silva. Esta última logra subir considerablemente el nivel de la revista; si todo lo que presentara Sidekick fuera tan bueno como este segmento, la revista no tendría nada que envidiarle (y de hecho superaría) a la argentina Fierro (la contemporánea, aclaro, no la histórica).
“Los ajusticiadores” (Guión: Fernando Ramos; lápices y tinta: Fernando Souzamotta) mantiene un nivel muy bajo. Si bien es difícil tomársela “en serio”, por momentos cabe ponerse a pensar en su trasfondo ideológico, de derecha conservadora y apenas disimulado por el humor simplote y adolescente (sí, ya sé que la audiencia de esta revista es en gran medida un montón de adolescentes simplotes que quieren dibujar y que ven a este proyecto como el Santo Grial, pero aun así, aun así…) y armado con loas a la burguesía y al barrio de Carrasco. ¿Podemos leerlo como un gesto deliberadamente incorrecto? ¿Un statement contra la compulsión a lo políticamente correcto al mejor estlio Glee? Lo dudo. No es por subestimar a nadie, pero me parece que no hay en esta historia ningún esfuerzo consciente por decir algo. La fascistada, digamos, se les escapa sola.
Dejé para el final “La Casa Escarlata” (Guión: Pablo Serellanes; Arte: Joel Correa); dije más arriba que lo peor de esta edición de Sidekick era “Horuk” y “Capitán Oriental”; “La Casa Escarlata”, cuya única virtud es una narración más o menos bien resuelta, merecería un tercer lugar. En cierto modo, lo peor de Sidekick se ve reflejado en esta historia: el uso acrítico de lugares comunes y clichés, la pésima redacción, la indiferencia absoluta hacia la parte “verbal” (por llamarla de alguna manera) de la historia, la falta de una mínima repasada o corrección y el desdén por construir guiones interesantes. Es una historia de vampiros, como se han visto centenares, y se vuelve involuntariamente humorística, en gran medida por las torpezas de lenguaje.
En balance, el segundo número de Sidekick logra ofrecer una mejora con respecto a su predecesor. “Ultimate Cow” y “Güalter” son ejemplos muy bien logrados de narrativa gráfica, cada uno en su estilo, mientras “Allison y Polly” y “Martillo de brujas” superan sus respectivas entregas iniciales y prometen, al menos en el caso de “Martillo” una historia interesante. Pero, pese a este progreso (a mi modo de ver, al menos), Sidekick sigue ofreciendo las mismas fallas, que son esencialmente las que señalé para “La Casa Escarlata”. Es una revista con un gran potencial: su equipo sabe dibujar y colorear, de eso no cabe duda; si se detuvieran a corregir un poco sus palabras y a pensar mejor sus guiones, la revista sí podría convertirse en lo que pretendía el Editorial del primer número.

Psicotónico contra blandengues

Cisplatino fue concebida como una revista de comic de superhéroes al estilo clásico, y se la apoyó atinadamente con un abundante material extrahistorietístico (que incluía biografías de los creadores e información más o menos pertinente sobre los personajes) y con un buen cargamento de merchandising que, ante todo, habla de las habilidades como gestor de Zignone. Leyendo las entregas una a continuación de la otra, y no con la periodicidad espaciada con la que la editorial las ponía a la venta (que volvía un poco irritante el recurso a los flashbacks y las digresiones, dando la sensación de que el equipo productor no sabía a dónde quería ir), podía pensarse que las revistas publicadas podían equivaler al primer tercio de un arco narrativo, que debía ser continuado por un establecimiento sólido de la trama y por el correspondiente desenlace, que dejara un mínimo de cabos sueltos. Sin embargo, en lugar de seguir esa línea, sus creadores optaron por dar por terminada la historia y relanzarla reformulando al personaje. Es como si se hubiese dado el siguiente diálogo:
T: -¡Wow! ¡Los reboots están de moda! ¡Mira lo que logró Abrams con Star Trek y el éxito de Nolan con Batman!
Z: -¡Ea! ¡Hagamos un reboot de Cisplatino y alcancemos el cielo de los comics!
Pero, por supuesto, para que valga la pena un reboot debe haber, ante todo, un personaje establecido, bien presentado, explorado e, incluso, agotado. De más está decir que nada de eso vale para Cisplatino, cuya presentación era trémula y su exploración narrativa nula. ¿Para qué reformularlo, entonces? Es obvio que para que valga una reformulación debe haber primero un personaje bien formulado y establecido, y en ese sentido el blandengue de ojos blancos ha dejado mucho que desear.
En cualquier caso, quizá hubiese sido más interesante continuar con el Cisplatino original mientras se ofrecía como alternativa el Cisplatino reformulado. Es posible que esto todavía suceda, pero, por el momento, lo que ofrece Zignone Comics es una especie de minisaga en tres episodios que consiste en nada más que una pelea entre Cisplatino y Mandinga. Leerla, por momentos, produce vergüenza ajena. El lenguaje afectado, los errores gramaticales y la grandilocuencia al servicio de una historia totalmente anodina la vuelven un trago difícil de pasar. Si los defectos de la encarnación previa del personaje podían ser resueltos en sucesivas entregas de la serie que explorasen y trabajasen las líneas narrativas abiertas por los primeros números, en el caso del nuevo Cisplatino, lamentablemente, no hay mucho que hacer.
Pero, como si esto fuera poco, Zignone también lanzó Sicotrónica (guión de Zignone y arte de Sebastián Navas), las aventuras de una especie de investigador de fenómenos paranormales en plan John Constantine muy descafeinado y disuelto. Si el nuevo Cisplatino al menos está resuelto con cierta competencia en la parte gráfica, Sicotrónica, en cambio, parece el trabajo de un amateur que apela a todos los clichés disponibles a la hora de disponer a sus personajes en todo tipo de poses acartonadas -y aún así Zignone dice en una entrevista que Navas es uno de los artistas más "autocríticos" del medio local. Pero no es el arte de Navas (que, en última instancia, podría defenderse diciendo que trabaja dentro de los parámetros del género superhéroes) que Sicotrónica es la peor historieta aparecida últimamente en Uruguay; el fallo más flagrante es el guión de Zignone, que parece determinado a profundizar los defectos que pueden encontrarse en Sidekick. Errores gramaticales y ortográficos, indecisión entre un español “neutro” y uno más local, ampulosidad, clichés, falta de una historia sólida que desarrollar… la política de Zignone parecería ser publicar a toda costa, sin mirar en lo más mínimo la calidad del producto ofrecido. Y habilita varias preguntas, por ejemplo: ¿Qué lo llevó a convencerse de que podía escribir guiones, hasta el punto de dejar de lado la parte gráfica, en la que indudablemente había dado cuenta de su competencia? ¿A qué se refiere cuando habla de Cisplatino como el primer comic “puro” lanzado al mercado local? ¿Por qué tomar un personaje que requería trabajo pero que, en principio, podía ofrecer mucho más y convertirlo en un tipito de metal que pelea con un zombi y nada más? Me gustaría saber las respuestas; en cualquier caso, está claro que más Zignone (quien, además, dice desconocer el comic nacional "pero no porque no exista si no (sic) porque no me ha llegado") no es lo que el comic nacional necesita. Y lo que sí hace falta es más Peruzzo, más Vayra, y más iniciativas sólidas como Bandas Orientales o el trabajo editorial de Rodolfo Santullo en Belerofonte. El comic histórico goza de buena salud… es momento de abrir el espectro a otros géneros. Y Ranitas marca un camino más que válido.