martes, 5 de junio de 2012

Dengue, de Matías Bergara y Rodolfo Santullo


No me molestes mosquito
(Publicada originalmente en La Diaria el miércoles 30 de mayo de 2012)
 
Dengue (guión de Rodolfo Santullo y arte de Matías Bergara) llama la atención por varias razones. Para empezar, desde su lujosa edición a color contrasta marcadamente –en cuanto a esplendor visual–con la gran mayoría del trabajo de los historietistas locales recientes; otra razón sería su género: se trata de la primera incursión de Santullo y Bergara en la ciencia ficción. Y otro importante llamador de atención es el prólogo del británico Ian Watson, uno de los autores del género más relevantes en los últimos treinta años.
La ficción de Dengue se instala en una Montevideo de futuro cercano en la que una plaga de mosquitos propagadores del dengue toma la ciudad y diezma a gran parte de la población. Esta situación queda presentada en la primera sección de la novela, que culmina con la introducción de una nueva fase en la epidemia: la aparición de mutantes con forma de monstruosas criaturas antropomórfico/insectoides. El narrador señala que “nadie sabe bien cómo empezó”, pero el lector puede plantearse hipótesis relacionadas con el cambio climático (se dice también que “el calor y la humedad constante transformaron al Río de la Plata en un lugar tan tropical como Managua”)  o, por qué no, con la creación de armas biológicas (como propone Watson en su prólogo). En cualquier caso, el final de la primera parte nos introduce en el principal motor del libro: la interacción entre la nueva especie de mosquitos/humanos y los montevideanos que han sobrevivido a la epidemia.
Esa relación entre las comunidades de humanos y mosquitos mutados, entonces, es uno de los puntos fuertes del guión: cuando un alto funcionario del Ministerio de Defensa establece  (en el capítulo cuarto) que “tenemos cubierto el centro y los barrios importantes: Punta Carretas, Pocitos, Punta Gorda, etc. Nuestro objetivo es simple: expulsarlos de la ciudad hacia los suburbios” (p.33) es fácil leer guiños a la “realidad” económica y demográfica de nuestro país; Santullo es consciente de esa lectura posible, y no en vano ubica la guarida del líder de los mutantes en el complejo Euskalerría.
Otro elemento interesante es el trabajo sobre los dos personajes principales, el sargento Pronzini y la periodista Valeria Bonilla; el primero, en particular, permite a Santullo incorporar una dimensión metanarrativa a la ficción, a través de un buen número de comentarios que no sólo construyen a Pronzini como una suerte de cinéfilo (remite a series de televisión y a películas clásicas como Aliens o la serie de James Bond) sino que permiten desahogos humorísticos bien espaciados y un acercamiento al lector desde cierta estilización de género y un claro juego con sus expectativas y reacciones ante los sucesos de la trama.
Es desde esa perspectiva que se vuelve especialmente visible en Dengue una filiación importante con el género policial, el tipo de policial estilizado que Santullo ya construyera en Los últimos días del Graf Spee. Desde el punto de vista de la ciencia ficción, además, la hibridación con el policial no deja de ser un punto de interés, y de esta manera Santullo se inscribe en una tradición iniciada nada más y nada menos que por Isaac Asimov, con sus novelas policiales del ciclo de los robots.
Una objeción posible al guión de Santullo es que el segundo capítulo se siente como un añadido no del todo necesario a la historia, que queda a medio camino entre la presentación del entorno en el capítulo primero y la instalación a pleno de la narrativa en el tercero. Su mayor aporte a la trama, en todo caso, es el diálogo entre los personajes Pronzini y Gomensoro, pero más allá de esa secuencia, la historia narrada en este episodio parece ligeramente desubicada, como si fuera un remanente de una versión anterior Dengue, más larga, en la que se permitía la abundancia de “casos” más o menos autoconclusivos (cosa que sugiere el remate del episodio, que funcionaría bien como final a una historia más o menos cerrada en sí misma) en lugar de reducir la trama a su mínimo indispensable.
Gran parte de la riqueza de Dengue, en todo caso, es tributaria de la imaginación visual y el buen hacer de Matías Bergara, que muestra en su trabajo aquí que, para su talento, el cielo es el límite. Su trabajo atrapa al lector en el mundo ficcional de la novela, irremediablemente; la expresividad de todos los personajes, además, es especialmente destacable, así como el aprovechamiento del ritmo visual y la composición. Merece, además, especial atención el trabajo sobre el color, que vira radicalmente a tonos cálidos en el último capítulo, ya pasada la “tormenta” de la trama.
En síntesis, una publicación para aumentar el ya grande –y merecidísimo– prestigio del sello Belerofonte y de su dupla creativa estelar; a la vez, junto a Las partes malas (de Pablo “Roy” Leguisamo y el entrerriano Nahuel Silva) y Cardal (de Martín Bentancor y Dante Ginevra), Dengue es una gran muestra del excelente momento en que se encuentra la historieta nacional.


Sobre Dengue (publicada originalmente en Partículas Rasantes el 30 de mayo de 2012) 

Es un poco inevitable, me parece, que repita aquí algo de lo que escribí en mi reseña de Dengue publicada hoy en La Diaria. En cualquier caso, y a modo de resumen, mi acercamiento a la novela gráfica de Rodolfo Santullo y Matías Bergara en esa nota comenzaba con constatar algunos de sus llamadores de atención (el color, la opción de género -ciencia ficción de futuro cercano con matices biopunk- y el prólogo de Ian Watson) para luego comentar ciertos aspectos del guión desde el punto de vista de la hibridación de novela policial con ciencia ficción. En ese contexto me resultó especialmente interesante referirme a las referencias a películas introducidas por el Sargento Pronzini, que en la nota para La Diaria, por razones de espacio, no pude detallar más extensivamente. Mi interés en estas referencias opera ante todo en dos planos: uno sería el de la construcción del personaje (me parecen extremadamente desacertadas críticas que oí por ahí en cuanto a que resulta "inverosímil" un policía cinéfilo; esta manera de endilgarle al autor nuestros pequeños prejuicios de verosimilitud me parece extremadamente pobre como opción de lectura: si se nos establece un policía cinéfilo, en tanto no es una contradicción lógica, como lectores debemos aceptarlo y listo; a lo sumo se podrá argumentar si aporta a la ficción o no ese rasgo del personaje, pero eso es otro asunto, desligado del problema de la verosimilitud) y el otro el del diseño de una estrategia de acercamiento (o complicidad) con el lector, que hacen también a una narrativa de género "estilizado" y especialmente amigable con el usuario.
Las referencias explícitas, es decir las introducidas por Pronzini en diálogo o en narración (las que yo puedo decodificar al menos; Santullo es mucho más cinéfilo que yo), son las siguientes:
"Mucho fútbol, mucho fútbol, pero nada de mirar series policiales como para darse cuenta de una trampa tan evidente..." (p.21, cuarta viñeta, en el contexto de un futbolista culpable de homicidio detenido en Estadio Centenario).
"Qué decir... todas se creen Barbara Stanwyck" (p.28 viñeta 5; la referencia a la actriz está dada en relación a la actitud del personaje de Valeria Bonilla).
"Nunca me sentí tan cercano a Ripley en Aliens como ahora..." (p.35, primera viñeta, en el contexto de una incursión a la guarida de los mutantes).
 "Soy el Han Solo de una resistencia mosquito" (p.69, cuarta viñeta, en el contexto de la vinculación de Pronzini a los planes del Príncipe mutante).
"Meternos por los ductos como en una mala película de espías" (p.71, tercera viñeta, en el mismo contexto de la referencia anterior).
"Todo muy lindo, pero ni bien a Kaneda se le pase el momento "villano de James Bond que explica su maquiavélico plan" estamos fritos" (p.78, séptima viñeta, después que la "resistencia mosquito" caiga en manos del ministerio de defensa).
Estas referencias apuntan claramente a un establecimiento de coordenadas de género: ciencia ficción, policial y la intriga de las "películas de espías", todas estas etiquetas asimilables como pertinentes a la trama de Dengue; la referencia a Stanwyck es quizá la más puramente "cinéfila", en tanto que puede operar libre de las conexiones de género y remitir a las actitudes de los personajes interpretados por la actriz. En cuanto a la construcción del personaje de Pronzini, está claro que refiere a un cine no sólo clásico sino, en general, extremadamente popular o accesible para los lectores (casi un presente alternativo, podría decirse, ya que hay gesto alguno por parte de Santullo o Bergara a la hora de mostrar avances tecnológicos que llamen la atención). Referencias más "rebuscadas", podría argumentarse, no alcanzarían el mismo objetivo de acercar al lector a la trama, de despertar su complicidad.
En colaboración con el aparato de referencias funcionan los comentarios humorísticos (el mejor quizá es el de la última viñeta de la página 72), como bien detectó Leonardo Cabrera en su reseña de Dengue para Club de Catadores. Pero, además, el tono de los diversos "comic relief" dispuestos en la novela contribuye a otro aspecto interesante de la ficción de Santullo, y que en mi reseña para La Diaria sugerí apenas al referirme al "policial estilizado" que combina su ADN con el de la ciencia ficción cuasibiopunk. Este punto me interesa particularmente, en tanto puede incorporarse a una lectura más vasta de las producciones (y la poética implícita) de Rodolfo Santullo, sin distinguir necesariamente entre novelas gráficas y ficción literaria "convencional". Tanto en Sobres papel manila como en Los últimos días del Graf Spee el acercamiento de Santullo al género policial opera de acuerdo a cierto trabajo sobre los lugares comunes (es decir lo que está en una esencia concebible del género, tanto en cuanto a situaciones como a personajes) que puede pensarse como una "estilización", una suerte de simplificación que se desprende de la consciencia del creador de estar empleando (artículando y desarticulando, de hecho) un material que puede ordenarse como un lenguaje, como un código comprendido por los lectores de ese género de obras: un fondo esperado y constructor de sentido narrativo. Esa estilización (muy visible en gran parte de la primera ciencia ficción de Philip Dick, la de los cuentos previos y más o menos contemporáneos a Solar Lottery, su primera novela) es visible con particular claridad en Los últimos días del Graf Spee, con su espia, su femme-fatale y su tonto entusiasta y bienintencionado que se ve enredado en asuntos peligrosos... todos elementos de cierto policial o de cierto cine, casi como si se tratara de las clásicas figuras de la commedia dell'arte. Las tramas relativamente sencillas de Sobres... y de Aquel viejo tango y Las otras caras del verano (novelas que Santullo escribió en colaboración con Martín Bentancor) también pueden ser leidas desde esas coordenadas de trabajo sobre los hechos y los personajes; del mismo modo, el "pretexto policial" (o "puntapié inicial") de Dengue (el asesinato del comienzo, que incorpora a Pronzini a los asuntos) y sus protagonistas (científico corrupto arrepentido, periodista con actitud, policia "amargo y pragmático", para parafrasear a Cabrera) incluyen a la novela en esa suerte de variante estilizada del género.
Ahora bien, esa estilización (especialmente visible en la trama "policial") también opera en relación a la otra opción genérica de Dengue, la ciencia ficción. Ante todo porque una trama que optara por centrarse plenamente en ese género debería despachar más información sobre los "hechos extraños" de la trama, en este caso la mutación de humanos a mosquitos antropomórficos. Si se lee la novela gráfica desde una perspectiva más rigurosa de ciencia ficción, entonces, llamará la atención que no se explique siquiera mínimamente por qué el líder de los mutantes (el "príncipe") es -salvo por las diáfanas alas de díptero- indistinguible de cualquier ser humano y, de hecho, más bello físicamente que todos los humanos representados, con la excepción de la curvilínea Valeria (SPOILER ALERT: el hecho de que finalmente ambos constituyan una pareja de alguna manera subraya el hecho de que sean los personajes más atractivos de la novela desde el punto de vista de la belleza convencional), mientras que todos los demás mutantes son monstruos de pesadilla. En el contexto de ciencia ficción estilizada (hiperblanda, podríamos llamarla, y un ejemplo de este sub-género podría ser gran parte de la obra breve de Connie Willis) ese tipo de objeciones no tendrían mayor sentido o importancia, en tanto cabría imaginar que la CF está presente apenas como un ingrediente más en una fórmula que incluye policial e intriga. Quizá esta vía de acercamiento también sea útil para desarticular cierta crítica desde la ciencia ficción "pura" a Eldor, el libro de relatos de Pedro Peña.
Desde esta línea de lectura es interesante que el prologuista Ian Watson proponga una línea de lectura que desplaza un poco más a Dengue hacia la ciencia ficción, al proponernos una "explicación" a la epidemia de dengue mutágeno o mutante: "...una mutación espontánea que da el salto de los animales a los seres humanos, o no tan espontánea, sino provocada por los experimentos imprudentes con virus peligrosos en el laboratorio, tal vez destinados a la guerra biológica".
Está claro que Watson hace aquí dos propuestas: 1) que la mutación no se dio naturalmente (como mutan naturalmente los virus todo el tiempo) y 2) que la intervención humana en relación a ese cambio del contenido genérico del virus del dengue surge en un contexto de ingeniería genética con propósitos armamentísticos. Si leemos Dengue desde esa hipótesis estaríamos desplazándola un poco más en dirección al biopunk y, quizá, podríamos generar espacio para una secuela donde el "príncipe" sea presentado como un personaje que sabe un poco más de lo que creemos (y de paso explicar -el fan hardcore de ciencia ficción que soy está siempre querieno salir- por qué su fenotipo es tan humano y tan poco monstruoso).
Una secuela de Dengue que tome algunos cabos sueltos de la novela, entonces, podría ahondar en por qué al final de la novela, tras haberse alcanzado una suerte de "solución pacífica", o al menos una solución (de corte filofascista, según Cabrera) aceptada por ambas partes -y aquí evidentemente podemos asumir que fue el príncipe quien la aceptó en nombre de los mutantes, en tanto lo que reclama por TV (p.26, primera viñeta) es básicamente "un lugar donde poder vivir en paz entre nosotros y con ustedes", cosa que en rigor obtiene, y en tanto, además, que él mismo se define como un "portavoz" (p.31, tercera viñeta) de la comunidad mutante, lo que puede interpretarse como que es el único de ellos y ellas capaz de articular el habla humana y, por tanto, el único capaz de negociar con los seres humanos no mutados-, los mosquitos siguen amenazadoramente presentes en el cielo de Montevideo. ¿Quiere decir que el príncipe estaba dispuesto a pactar con el capitalismo para que fuera posible seguir vendiendo toldos, trajes y vacunas? ¿o que, teniendo el poder de desplazar a los Aedes aegypti optó por no hacerlo como "castigo" a la humanidad no mutada? Está claro que la solución no explicitada en la novela actúa como factor de apertura para el final del libro, y que en ese sentido no podría decirse que a Dengue le hace falta una resolución más sólida al respecto; meramente me interesa señalar lo fértil de la trama, que podrá ser explorada en ficciones futuras construyendo un universo ficcional más amplio y también más detallado e interesante.
Por esa razón creo que Dengue es, al menos en potencia, una narrativa mayor que la que encontramos en este volumen. En mi reseña para La Diaria incorporé una crítica al segundo capítulo que cabe incorporar a una consideración sobre los límites argumentales de esta novela gráfica. De hecho, Leonardo Cabrera, quizá en una conclusión similar a la mía, propuso de ese capítulo que "parece estar allí más que nada para permitir el lucimiento de las dotes detectivescas de Pronzini en un caso". Esa noción de "casos de Pronzini" es la que me parece reclamable para un posible Dengue extendido a serie o saga, en tanto permite vislumbrar una forma en que con la misma premisa y personajes podría generarse una trama más extensa. Pensemos, por ejemplo, que al final del capítulo primero todos los mutantes estén recluidos y que en el tercero ya se encuentran en libertad y organizados; si extendiéramos la lógica que permite incluir al capítulo 2 (con su "caso" del futbolista que ansía jugar al aire libre y está dispuesto a matar para conseguirlo) podríamos, asimismo, incorporar un buen número de capítulos extra (¿Las crónicas del dengue?) en los que, como telón de fondo, fueran siendo narrandos los pasos sucesivos en la emancipación de los mutantes y su organización en una comunidad centrada en el príncipe.
En cualquier caso, en mi opinión, la justificación estructural del capítulo 2 en tanto presenta las "dotes detectivescas" del protagonista no me parece del todo satisfactoria, ya que esas "dotes" no cumplen una verdadera función en la trama. A partir del capítulo tercero vemos a Pronzini sospechando, sí, pero no anticipándose de verdad a los hechos ni haciendo deducciones importantes: no opera tanto como un detective (o como un "buen" detective, en todo caso, y quizá esa modulación es lo que se propuso Santullo: incorporar a un detective de medianía) sino como una persona con sentido común, buena disposición y abundancia de recursos. Es más elocuente, en todo caso, la postura moral de Pronzini ("no era tan hijo de puta al fin y al cabo" dice de Gomensoro en la página 85) que su habilidad deductiva.
Posiblemente no entre en los planes de Santullo y Bergara (aunque esto habría que preguntárselo a ellos, por supuesto), pero hay mucho lugar en Dengue para ampliaciones y secuelas. Manteniendo el nivel narrativo de esta novela gráfica y dando por sentado que el arte de Bergara será igual de deslumbrante (o más todavía), esa posible saga de Las crónicas del dengue seguro podrá fascinar a los lectores y los atrapará tanto como esta muy buena novela gráfica, con toda seguridad la mejor hasta el momento del duo Santullo-Bergara.
 

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