viernes, 14 de marzo de 2014

Testimonios oscuros, Fernando Ramos



Luz y tinieblas


Para empezar por lo más evidente: una mirada rápida a Testimonios oscuros, el primer libro de Fernando Ramos, deja claro el enorme talento de su autor como dibujante. Es un lugar común comparar su estilo con el de Mike Mignola (creador de Hellboy y autor, entre otras, de esa belleza de novela gráfica que es Gotham luz de gas), en tanto el parecido entre el trabajo de ambos artistas es verdaderamente notorio, pero sería un error reducir el arte de Ramos a lo epigonal o incluso la parodia u homenaje. En sus mejores momentos, y también los más idiosincráticos, de hecho, Ramos parece acercarse a cierta abstracción enormemente expresiva, que hace un uso virtuosístico del blanco y negro en alto contraste (un poco a la manera, salvando las diferencias de estilo y para mover coordenadas locales, del Matías Bergara de los mejores momentos de Las andanzas de Vlad Tepes) y construye viñetas que, en sí mismas, colocan al libro entre lo más atendible de la historieta uruguaya reciente. Y basta como ejemplo la maravilla minimalista (y enorme acierto composicional) de la quinta viñeta de la página 19, aunque al mismo nivel, o quizá incluso superior, está casi todo lo que puede verse en la tercera de las historias compiladas en este volumen.
 
Una siguiente leída o releída de los cinco relatos que integran el libro, sin embargo, permite otras reflexiones. El libro fue publicado gracias al apoyo de Fondos Concursables para la Cultura, como buena parte de la producción historietística local de los últimos 5 o 6 años; como casi todos los proyectos facilitados por los Fondos Concursables en la historia de la categoría Relato Gráfico, Testimonios oscuros apela a una serie de estrategias de legitimación que, en gran medida, son un requisito más o menos claro a la convocatoria, entre ellos el ocuparse de temas de interés social o incluso político, casi siempre también de corte histórico, además de ofrecer un proyecto sólido y viable estética y comercialmente. Y podemos pensar, asumiendo por supuesto el riesgo de la simplificación excesiva, en esas dos dimensiones  (la legitimación en tanto producción de narrativas pertinentes y la viabilidad pensada como profesionalización de la tarea del historietista) como, de alguna manera, dos de las fuerzas que permanentemente trabajan para dar forma a la escena historietística local. 
 
En el caso de Testimonios oscuros está claro  el conjunto de estrategias elegido por Ramos para apuntalar su proyecto. Convoca, por ejemplo, a dos guionistas locales de probada experiencia, Rodolfo Santullo (Dengue, El club de los ilustres, Valizas) y Pablo “Roy” Leguisamo (Morir por el Che, Las partes malas, Vientre), ambos eminentemente “profesionales” en su actitud, ambos editores, ambos veteranos de varias convocatorias de Fondos Concursables, para que aporten los guiones de dos de las historias, la de Edu Molina (a cargo de Leguisamo) y la de la Tragedia de los Andes (a cargo de Santullo). A su vez, en lo referente a la legitimación o pertinencia, la elección de los temas en Testimonios oscuros no es menos clara; la propuesta apunta a historias que han dejado una huella especialmente profunda en el imaginario colectivo: la Tragedia de los Andes, el Holocausto, el incendio en Cromañón y, quizá en menor medida pero para nada ajenos a estas coordenadas, el caso de la desaparición de Natalia Martínez en 2007 y, por último, el de la bala que recibió Edu Molina para salvar la vida de una niña. Es fácil, entonces, pensar en un denominador común a estas historias y, desde esa idea, leer el título del volumen. Es decir, tenemos testimonios –es decir: los implicados en las historias nos narran qué fue lo que pasó, con el inevitable y deseable componente de subjetividad- y tenemos tinieblas: momentos difíciles, que cambian vidas y se vuelven ejemplos de la adversidad. Habría, entonces, quizá algo de didáctico en el proyecto de Ramos, en tanto se nos mostrará cómo se las arreglan los seres humanos para salir adelante incluso en las peores circunstancias. Ese propósito, claro está, no es ajeno a buena parte de las ficciones más canónicas de la literatura y también de la historieta; Ramos, en todo caso, propone una selección, nos señala cinco circunstancias que supone especialmente significativas para nosotros en tanto comunidad. Se trata, entonces, de un libro que se busca serio, que pretende decir cosas, que apela a hechos históricos para lograr un propósito si no edificante al menos movilizador. Y no es necesario aclarar que en líneas generales el propósito de emocionar está logrado, y que en ese sentido el arte gráfico de Ramos logra, en este libro, un triunfo apreciable.
 
De hecho, los defectos más evidentes del libro no competen al dibujante, más allá, claro está, de su decisión de incorporar a su proyecto esos elementos que se convierten en fallas flagrantes. Lo peor del libro, entonces, son los textos que acompañan las historias y sirven a modo de introducción, explicación o comentario, en particular el primero de todos, que refiere al libro en general y, firmado por el excelente dibujante Ignacio Calero, se vuelve un derroche de lugares comunes, sabiduría de pacotilla y de perogrullada y eso que llaman “experiencia de vida”. En cuanto a los clichés, tenemos la archimanida apelación a “contarnos historias, reunidos en torno a un fogón al principio” (p.6, las itálicas son mías) y para la apelación a la “experiencia”, hacia la mitad del texto (p.7) leemos, “eso es lo que hace uno con las metas, las mira fijo a la distancia, sin perderle mirada, siempre a tiro, para de esa manera salvar los obstáculos…”. 
 
Lamentablemente, es este tono ampuloso o innecesario contamina por momentos a otros de los textos sumados al libro. La sección sobre la tragedia de los Andes, por ejemplo, incorpora un epílogo de uno de los sobrevivientes, Roberto Canessa, que funciona acaso como manera de “oficializar” la narración o incluso garantizar la seriedad del relato ofrecido; es posible que Ramos se haya sentido obligado a incorporar palabras de uno de los sobrevivientes, pero, a la vez, esa suerte de aprobación es en última instancia innecesaria; en cualquier caso, el texto no incomoda y Canessa resuelve su lugar  (un lugar difícil, en última instancia, ya que sugiere cierta mirada supervisora al proyecto narrativo de Ramos y su guionista) con soltura. Sigue la historia de “Luz”, equivalente de la de Natalia Martínez, y su epílogo quedó a cargo de Andrés Fontini, quien por momentos acierta en el aporte de información que el lector puede no manejar y que sirve al propósito general del libro, aunque, a la vez, en el primer párrafo y en el último esa vocación de solemnidad retórica ya mencionada en relación al prólogo de Calero termina por restar eficacia al texto. En ese sentido, más cerca del blanco impacta el epílogo a la historia de Cromañón, escrito por Rodolfo Santullo; aquí, de hecho, encontramos una visión de la tragedia ligeramente diferente (y complementaria) a la ofrecida en la historieta, lo cual obra en favor del propósito del libro al subrayar la naturaleza subjetiva del testimonio llevado a las viñetas. La sobriedad de Santullo, además, contrasta con el entusiasmo retórico de Nacho Iglesias, quien ofrece el epílogo a la historia vinculada al Holocausto; en última instancia, Iglesias se enfrenta con un tema sobre el que se ha dicho mucho y sobre el que tan difícil es decir algo realmente significativo; su elaboración sobre el arte, en última instancia, si bien parece entregarse a cierto romanticismo un poco kitsch, nos ofrece una perspectiva complementaria –y por lo tanto no gratuita, no innecesaria- al crudísimo y excelente trabajo de Ramos. Por último, el aporte de Santiago Echeverría, presentado como epílogo (como “carta abierta”, en rigor) a la historia de Edu Molina, se lee como el más sentido y emocional.
 
Unas últimas palabras sobre los guiones. Dejando de lado los de Leguisamo y Santullo, marcadamente los más competentes, los otros tres quedaron a cargo del propio Ramos. Y su trabajo, si bien no logra evitar cierto aire de principiante, logra salir adelante y presentarse como una gran promesa de un futuro buen hacer. Si bien en general adopta la fórmula de incorporar un narrador (en lugar de pautar la narración mayoritariamente en los diálogos, como hacen Santullo y Leguisamo), lo cual le recorta ciertas posibilidades expresivas y de fluidez del relato, al ser presentado el libro como un conjunto de testimonios, esa primera persona recurrente y profusa (hay páginas, las 34-35 por ejemplo, que parecen excesivamente cargadas de texto) se vuelve un elemento decisivo a la hora de dar forma al proyecto de Ramos. En ese sentido, entonces, los guiones del dibujante, quizá todavía inseguros o no carentes de defectos, son extremadamente funcionales al objetivo del libro, y evidentemente un punto a favor de Fernando Ramos.

Publicada en La Diaria el 14 de marzo de 2014

martes, 4 de marzo de 2014

Novelas ejemplares, varios autores

Historietas ejemplares


Puede resultar curiosa la publicación de un libro que compila historietas basadas en las Novelas ejemplares de Cervantes y que reúne para semejante tarea historietistas de Argentina, Brasil, España, Francia y Uruguay. Mucho se puede escribir sobre la narrativa gráfica y la necesidad de legitimación de un género presentado como menor durante buena parte de su historia, y si leemos la producción historietística uruguaya de los últimos años parecen asomar líneas como la inclusión de prólogos que reafirmen la pertinencia de la obra en cuestión y, especialmente, el lugar de destaque que ha ocupado la historieta histórica. Cabe pensar, entonces, que acercarse al canon literario adaptando sus obras más o menos centrales posibilita todavía otra vía de legitimación, y la idea no es extraña a la nueva historieta uruguaya. Grupo Belerofonte, por ejemplo, seguramente la editorial más y mejor establecida de la escena historietística local, propuso hace ya unos cuantos años la adaptación, a cargo de Renzo Vayra, de Juan el zorro, a la vez que Rodolfo Santullo, su director, ha guionado adaptaciones y recreaciones de Onetti, Lovecraft y Bram Stoker.
En el caso de las Novelas ejemplares la excusa es los 400 años de la primera edición de las obras y la ocasión de ofrecer, según leemos en el prólogo incluido en el volumen, “una relectura de las mismas desde su interacción con otros lenguajes”. Y también cabría pensar en el movimiento opuesto al comentado más arriba y pensar en el canon literario, con su catálogo de obras consagradas en ámbar o pozos de brea, haciendo el intento de acercarse a un lenguaje digamos “contemporáneo” y vital, y a un nuevo público.
En cualquier caso, si nos quedamos con la idea de “interacción” y “relectura”, el resultado de ese proceso es particularmente interesante.
De las 12 novelas, por ejemplo, 5 apelan al diálogo con géneros narrativos. Así, sin duda alguna la mejor de este subgrupo, “La ilustre fregona”, a cargo de Rodolfo Santullo y Lisandro Estherren, recrea la ficción cervantina en un contexto propio al narcocorrido, con su mitología y escenografía características. Por otro lado, “La gitanilla”, con guión de Alejandro Farías y arte de Muriel Frega, apela a un escenario de ciencia ficción en el que buena parte de la humanidad (los “normales”) viven de acuerdo a pautas prediseñadas que incluyen control de natalidad y nacimientos in vitro; se trata de un lugar común de la ciencia ficción distópica, y en el trabajo de Farías los “gitanos” son aquellos que eluden esa normativa a la vez que viven de modo idéntico a los gitanos de Cervantes… por lo que por momentos parecería que, a los efectos de la recreación de la novela, la escenografía cienciaficcionera aporta poco y nada. Federico Grenauer y Hurón intentan, en “La española inglesa”, una apelación al horror o a la fantasía oscura y ominosa, y el resultado deja un poco que desear, quizá por la manera en que fue resuelto el final de la novela en el contexto elegido, mientras que “La fuerza de la sangre” (guión de Diego Cortés y arte de Leo Sandler) y “Las dos doncellas” (Guión de Javi Hildebrandt y arte de Diego Rey) dialogan con las telenovelas y ofrecen recreaciones sólidas y disfrutables.
Dos, una de ellas la ya mencionada “Las dos doncellas” y la otra acaso la mejor del libro, “El licenciado Vidriera”, con guión de Federico Reggiani y dibujos de Fabián Zalazar, apelan a alguna forma de metanarrativa y se convierten en los momentos más interesantes de la propuesta; en el caso de “Las dos doncellas” buena parte de la narración aparece bajo la forma de una telenovela visionada por dos señoras que reaccionan a los acontecimientos representados, mientras que en “El licenciado Vidriera” opera un comentario permanente que va esclareciendo ciertos aspectos de la novela. El recurso de Reggiani puede leerse como una referencia al uso que reciben determinados objetos textuales tan canónicos como las Novelas ejemplares o, al menos, a una forma de lectura que se impone gracias a la distancia entre nosotros y el texto en cuestión; así, “El licenciado Vidriera” es claramente la más compleja de las adaptaciones o recreaciones, por incluir en su entramado mismo una operación de lectura y un diálogo con la tradición.
Otra buena porción del libro propone adaptaciones más “fáciles” (sin que el adjetivo implique un sentido peyorativo, claro está), en tanto se trata de acercamientos de la narrativa cervantina a tiempos más digamos “contemporáneos”. Así, “Rinconete y Cortadillo” (guión de Alejandro Farías y arte de Otto Zaiser) propone una deliciosa traducción de la novela de Cervantes a una suerte de neopicaresca villera (lo cual, en cierto modo, podría pensarse también como en la apelación a un género). Otras adaptaciones con giro a lo contemporáneo son la buenísima “El celoso extremeño” de Luciano Saracino (guión) e Infame & Co (arte) y la atractiva y graciosa “La señora Cornelia”, con guión de Roy y arte de Maco; de hecho, en este relato  por momentos es fácil sentir que el estilo o las maneras de Maco, tan deslumbrantes en Aloha, su primer libro, pueden sentirse como un poco forzadas, innecesarias o inmotivadas (aunque esto no va, en rigor, en detrimento del disfrute del relato) en una historieta de corte más netamente narrativo. También dentro de la zona contemporánea está “El casamiento engañoso”, quizá una de las adaptaciones más ingeniosas y disfrutables, con la estrella de rock vetusta y decadente propuesta por Alejandro Farías y dibujada –con gran acierto– por Víctor Zelaya. Es cierto, de todas formas, que algunos de los textos propuestos dentro de la zona de los géneros, en particular las dos historietas que dialogan con las telenovelas, también instalan la ficción en tiempos que aparecen como contemporáneos.
De las dos restantes quizá la mejor sea “El amante liberal”, con guión de Thomas Dassance y dibujos de Marcos Vergara, quien ofrece aquí uno de los momentos más disfrutables del libro desde el punto de vista del arte gráfico. Aquí la adaptación lleva la ficción cervantina a un contexto japonés que funciona bien en líneas generales aunque, por momentos, el tono de los textos suena poco fluido. La última, “El coloquio de los perros”, es la más notoria recreación (como opuesto a “adaptación”) del libro y, si bien no es el mejor de los relatos ofrecidos, por momentos logra ofrecer un clima onírico particularmente ominoso.
Se trata, en balance, de un libro sugestivo e interesante, que reúne a algunas de las voces más relevantes de la escena historietística reciente. Como toda compilación presenta altibajos, claro está, pero sus mejores momentos son brillantes y el nivel general hace pensar en una notoria suficiencia y buen manejo del lenguaje elegido. Sobre los mecanismos de adaptación podría discurrirse mucho más, por supuesto, pero es posible quedarse pensando en que de los doce relatos gráficos sólo uno (“El licenciado Vidriera”, y mediando siempre el recurso metaficcional o incluso metaliterario) elige presentar las ficciones de Cervantes sin cambios de género narrativo o escenografía; la recurrencia de las telenovelas también seguramente da qué pensar, así como también que ciertos subgéneros –terror, fantasía onírica, ciencia ficción– siguen pareciendo los más riesgosos. En cualquier caso, se trata de doce historietas muy disfrutables; la portada, sin embargo…

Publicada en La Diaria el 4 de marzo de 2014